Madrid.  Lunes 20 de abril de 2009                                                                       
 
 

Alcalá de espaldas al río Henares

 
 

 
 

Cuando a mediados de los años sesenta Alcalá sufrió la expansión demográfica, debido al asentamiento industrial, muchos de sus nuevos inquilinos procedentes principalmente de las regiones más meridionales y empobrecidas de España, ignoraban que su nueva ciudad tuviese río, que ese río diese origen al nombre de la ciudad, y que las aguas de ese río fuesen durante muchos años el consuelo de gran números de familias de las barriadas populares de Madrid y pueblos aledaños, para mitigar con sus aguas los rigores de los calurosos estíos del interior peninsular.

En los años de posguerra era muy frecuente encontrar en las mañanas dominicales a multitud de familias en la estación de Atocha, con cesta de mimbre al brazo, a pasar el día a la ribera del Henares. El viaje en aquellos destartalados e incómodos vagones de madera se hacía compartiendo el viaje con "avezados comerciantes", que incluían en el trayecto la venta de las almendras garrapiñadas o las rifas de los caramelillos envueltos en papel de celofán, tras salir premiados, previa compra por el viajero en ristras de números o diminutos naipes de la baraja española que hacían la delicia de los más pequeños.

Luego llegaba el largo desfile por el paseo de la estación hasta las diferentes presas del río, lugar donde los bañistas se daban cita en las todavía aguas cristalinas del Henares.

La tortilla de patatas, el escalope, vulgo filete empanado, las croquetas o empanadillas constituían el menú principal de muchas familias y jóvenes que coincidían disfrutando de sus aguas y sus riberas por unas horas lejos del bullicio del gran Madrid.

A últimas horas de la tarde-noche y antes del regreso, era muy frecuente presenciar grupos de jóvenes reunidos en torno a los sones de las cuerdas de una guitarra entre los juncales. Qué lejos estaba el botellón y el vandalismo ecológico-urbano que las presuntas libertades nos dejarían años después.

Curiosamente este río que da nombre a nuestra ciudad, representado en el escudo de la misma, hasta la llegada de los árabes no tiene un nombre conocido, y es de suponer que la multitud de asentamientos humanos que pasaron por nuestra ciudad antes de la llegada de los musulmanes conocieran al río con alguna denominación. Se hace difícil comprender que los romanos siguieran parte de su curso para realizar la Vía Augusta que iba desde Mérida a Zaragoza para continuar posiblemente hasta Tarragona, sin dar un nombre al río.

Existen teorías que en época romana el río fuese conocido como Fenaris, del latín fenum, el heno, dada la abundancia de campos de heno que hubiera en el valle y que los árabes lo adaptaron a su lengua.

En mapas y documentos del los siglos XVIII y XIX, aparece como Nares.

F. Garcés aporta el nombre de Teonarius, sin que se conozca la obtención de ese dato. Algunos antiguos mapas de la península ibérica le dan el nombre de Tagonius, aunque otros le asignan el mismo nombre al río Tajuña.

Según la mayoría de las enciclopedias consultadas el río Henares nace cerca de la localidad de Horna, un pequeño y pintoresco pueblo de la sierra de Guadalajara a 1093 metros de altitud y que celebra sus fiestas en honor de la Virgen de Quintares.

Esta aldea cerca de Sigüenza en la Sierra Ministra, perteneciente al Sistema Ibérico, ofrece su nacimiento oficial, aunque su curso como lo conocemos hoy en día no tiene lugar hasta la confluencia de tres cursos de agua muy diferentes y parejos entre sí; el alto Henares (que es el que nace en Horna y pasa por Sigüenza), el Dulce y el Salado.

Pero para conocer realmente el origen de nuestro río, tendremos que efectuar un breve repaso por sus características.

J. C. Canalda, nos ofrece un perfecto y concienzudo estudio sobre las cuencas que dan origen al Henares, tal y como lo conocemos hoy en día.

El alto henares, tiene su origen en un abundante manantial situado en las cercanías de Horna, una pequeña localidad ubicada en la vertiente occidental de la Sierra Ministra, el romo espolón rocoso que sirve de divisoria de aguas entre el Atlántico y el Mediterráneo o, si se prefiere, entre el Henares, que es decir el Tajo, y el Jalón, que es decir el Ebro. Labrando un pequeño valle que es apenas un rasguño en las ásperas tierras circundantes, el recién nacido Henares recibe a sus primeros tributarios, los arroyuelos de Alboreca y Quinto, y baña a poco la ciudad de Sigüenza. Dejada atrás la cuna del Doncel, el Henares estrecha aún más su diminuto valle hasta convertirlo en un áspero desfiladero, situación que se mantiene hasta convertirlo en un áspero desfiladero, situación que se mantiene hasta que, al llegar a Baides, confluye con el Salado. Abierto un tanto su valle aunque no demasiado, alcanza poco después la localidad de Matillas, donde se le reúne el Dulce, formándose ya el Henares maduro que pasará sucesivamente por Jadraque, Espinosa Guadalajara y Alcalá.

Guillermo García Pérez en su libro Las rutas del Cid al identificar el famoso Castejón sobre Fenares que es citado en el Cantar del Mío Cid con el Castejón del valle del Dulce, y al propio Dulce con el alto Henares:

En Matillas se juntan dos ríos: el que viene de Baides, que es salado, y el que viene a Peregrina, La Cabrera, Mandayona, Castejón y Villaseca, que es de agua dulce. Allí no se ha sabido nunca muy bien, al parecer, a cuál de los dos se debe llamar Henares.

(...)

De todo esto se deduce que (...) el río de agua dulce –el que ahora se llama Dulce-fue llamado por muchos, por lo menos durante dos o tres siglos, río Henares (Fenares). Mientras, las otras aguas recibían, en Matillas y en los demás pueblos de esos valles, el nombre más caracterizador que se corresponde con el sabor y con el uso de sus aguas; esto es decir, río Salado. Quedaría así el tercer curso de agua –menos importante, muy poco utilizable para riegos y solo conocido como curso independiente de dos a tres leguas más arriba- como río de Sigüenza.

Nares procede del árabe nah r y, puesto en plural, significaría ríos, aguas, quizás manantiales. Primero fueron los ríos, al parecer; luego el sexmo de Cenares, donde se juntan los tres ríos para dar nacimiento o forma a un solo río (el Nares, o Fenares); después llevó ese nombre (Fenares) el río de agua dulce (el Dulce) de ese sexmo y últimamente, quizá desde el siglo XIII o el XIV, se llama Henares al curso de agua dulce que nace en Horna y se hace llamar río a su paso por Sigüenza.

La conclusión de esta especie de galimatías basada en criterios históricos como geográficos, es que el Dulce es el alto Henares; el Salado, sería afluente del Dulce, y el río de Sigüenza, el ahora denominado Henares es afluente del Salado.

Pues tal como conocemos al Henares, alcanza una longitud cercana a los 150 kilómetros, y su desembocadura al igual que su origen ha estado cuestionada, al no ser fácilmente determinable si es afluente del Jarama, o este de aquél.

El historiador Portilla considera que hubo una época en la que se consideraba que el Henares desembocaba en el mismísimo Tajo, recibiendo como tributarios al Jarama y Manzanares. Por razones de preponderancia política, caudal o geográfica, se terminó por establecer que era el río Henares el que aportaba al Jarama, terminando ahí oficialmente su periplo fluvial.

Se estimaba que el Jarama podía llevar más agua según la estación; pero el río Henares era más constante, superando el caudal de aquél según la época del año.

Ni que decir tiene que desde que en la zona de Alcalá aparecieron los primeros asentamientos humanos, estos lo hicieron junto al curso del río y en un tramo de pocos kilómetros.

Ciñéndonos al recorrido por tierras de Alcalá, al Henares llegan las aguas del Torote, que sirve de frontera entre Alcalá y Torrejón, el arroyo de las Monjas, procedente de Meco, que desemboca en la finca de El Encin; el Camarmilla, que nace cerca de Valdeavero, pasa por Camarma y bordea el oeste de Alcalá, para desembocar en el Henares en la zona del Juncal, y el Bañuelos, que discurre entre el Camarmilla y el Torote, desembocando a la altura de Matillas. Otro arroyo desaparecido es el Villamalea, que discurría desde el prado de Villamalea junto a la carretera de Meco y descendía por la zona de la ermita de San Isidro y desembocar en el Henares a la altura de la presa de Cayo.

Por su parte el río Henares divide el valle que riega en dos partes muy diferenciadas. La izquierda, con suelos calcáreos, muestra marcadas erosiones, barrancos y cárcavas. La margen derecha aparece escalonada en seis terrazas que se formaron durante el Pleistoceno, el Cuaternario antiguo y el moderno o aluvial. En la más baja de estas seis terrazas, por donde el río discurre dibujando meandros e islas se asienta la población.

La riqueza faunística y botánica de Alcalá es bastante mayor de lo que pueda parecer a simple vista. Sólo en el Parque de los Cerros han sido catalogadas más de 400 especies arbóreas, arbustivas y herbáceas; y más de 150 especies de aves a las que habría que añadir, las correspondientes a los numerosos mamíferos corredores, anfibios, reptiles, insectos y demás invertebrados.

Entre carrizales, juncales y eneales, el carricero, la lavandera cascadeña y el ruiseñor bastardo ven entrar y salir del agua a pollas, fochas, zampullines, martines pescadores, garzas y ánades reales.

Hasta aquí toda una alegoría del río Henares en un paisaje idílico, ¿pero qué llega hasta nuestros días?

Pues, empezando casi desde su nacimiento, Ecologistas en Acción de Guadalajara denunció ante la Confederación Hidrográfica del Tajo al ayuntamiento de Sigüenza, por los vertidos sin depurar y la contaminación de las aguas, situación que se ha estado repitiendo año tras año, por la falta de mantenimiento de la Estación Depuradora de Aguas Residuales, que ha hecho que desde Sigüenza a Baides se finiquite la vida en sus aguas.

A partir de Guadalajara, los polígonos industriales han sido la verdadera lacra del río al efectuar vertidos sin depuración previa. A la altura del puente de Chiloeches hace algunos años, Pinturas Duraval, Ayuntamiento de Azuqueca de Henares, Baterías Tudor y Micaza, se encargaban de aportar su granito de arena a la "cloaca" del Henares.

En Alcalá se alcanzó su "máximo esplendor" en los años ochenta, siendo la contaminación química y orgánica considerable, como consecuencia de los vertidos industriales sin tratamiento y la falta de depuración de los residuos urbanos.

Afortunadamente la puesta en marcha en años posteriores de las dos depuradoras y el control de los residuos provocados por la industria, están haciendo que la calidad del agua se vaya recuperando poco a poco.

Otro punto y aparte, merece el incivismo, que sufre Alcalá y el río Henares en particular, por el desarraigo de muchos de sus vecinos, que en vez de proteger y cuidar el río y sus riberas, lo utilizan como un auténtico vertedero. Loable son las campañas de la Concejalía de Medio Ambiente y de Ecologistas en Acción de Alcalá, para recuperar el río y sus riberas para sus ciudadanos, aunque algunas veces tengan intereses contrapuestos.

Y es que no hay que olvidar que la historia de nuestra Ciudad, ha estado ligada al Henares, muchos han sido los acontecimientos a los largo de los siglos que han tenido a nuestros Río de protagonista. Sus aguas, sus riberas, sus molinos, han dado vida a una Ciudad que incluso a sentido sus riadas, la mayor de su reciente historia se produjo en 1970, cuando sus aguas llegaron a discurrir por algunas de sus calles, otras riadas de menor importancia se produjeron en 1941 y 1947, dándose la circunstancia que el actual Barrio Venecia, debe su nombre e incluso su vía principal Gran Canal al caudal que afloraba por las primeras casas construidas en esa zona tras la guerra civil.

Actualmente el río Henares está a su paso por Alcalá sumido en un proyecto de restauración de los márgenes del río, promovido por la Confederación Hidrográfica del Tajo, en un tramo superior a los 13 kms; empezando desde la presa de la Esgaravita, hasta la desembocadura del río Torote.

Este proyecto que lleva varios años rodando, se espera que de comienzo a finales de 2009. Si se lleva a efecto será la mayor intervención realizada nunca en el río Henares en toda su historia. Se desmontarán malecones, otros serán retranqueados o replantados, habrá reforestaciones, restauraciones de márgenes, alteración de orillas, una pasarela sobre los restos del antiguo Puente Zulema, etc.

Esperemos que los cambios de gobierno y de ministerios no den al traste de este magno proyecto, que está en fase de evaluación de las alegaciones presentadas, la emisión de la Declaración de Impacto Ambiental y efectuar las licitaciones oportunas.

Otro aspecto importante a tener en cuenta sería dejar fijadas las labores de mantenimiento, que cuente con servicios de limpieza, vigilancia medioambiental regular, barreras para paso de vehículos en zonas no aptas, etc.

Todo lo que rodea al río Henares, y a nuestra Ciudad no puede ser pan para hoy y hambre para mañana.

Ignacio Sánchez

 

 
 

 
 

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