Cuando a mediados de los años sesenta Alcalá
sufrió la expansión demográfica, debido al
asentamiento industrial, muchos de sus nuevos
inquilinos procedentes principalmente de las
regiones más meridionales y empobrecidas de
España, ignoraban que su nueva ciudad tuviese
río, que ese río diese origen al nombre de la
ciudad, y que las aguas de ese río fuesen
durante muchos años el consuelo de gran números
de familias de las barriadas populares de Madrid
y pueblos aledaños, para mitigar con sus aguas
los rigores de los calurosos estíos del interior
peninsular.
En
los años de posguerra era muy frecuente
encontrar en las mañanas dominicales a multitud
de familias en la estación de Atocha, con cesta
de mimbre al brazo, a pasar el día a la ribera
del Henares. El viaje en aquellos destartalados
e incómodos vagones de madera se hacía
compartiendo el viaje con "avezados
comerciantes", que incluían en el trayecto la
venta de las almendras garrapiñadas o las rifas
de los caramelillos envueltos en papel de
celofán, tras salir premiados, previa compra por
el viajero en ristras de números o diminutos
naipes de la baraja española que hacían la
delicia de los más pequeños.
Luego llegaba el largo desfile por el paseo de
la estación hasta las diferentes presas del río,
lugar donde los bañistas se daban cita en las
todavía aguas cristalinas del Henares.
La
tortilla de patatas, el escalope, vulgo filete
empanado, las croquetas o empanadillas
constituían el menú principal de muchas familias
y jóvenes que coincidían disfrutando de sus
aguas y sus riberas por unas horas lejos del
bullicio del gran Madrid.
A
últimas horas de la tarde-noche y antes del
regreso, era muy frecuente presenciar grupos de
jóvenes reunidos en torno a los sones de las
cuerdas de una guitarra entre los juncales. Qué
lejos estaba el botellón y el vandalismo
ecológico-urbano que las presuntas libertades
nos dejarían años después.
Curiosamente este río que da nombre a nuestra
ciudad, representado en el escudo de la misma,
hasta la llegada de los árabes no tiene un
nombre conocido, y es de suponer que la multitud
de asentamientos humanos que pasaron por nuestra
ciudad antes de la llegada de los musulmanes
conocieran al río con alguna denominación. Se
hace difícil comprender que los romanos
siguieran parte de su curso para realizar la Vía
Augusta que iba desde Mérida a Zaragoza para
continuar posiblemente hasta Tarragona, sin dar
un nombre al río.
Existen teorías que en época romana el río fuese
conocido como Fenaris, del latín fenum, el heno,
dada la abundancia de campos de heno que hubiera
en el valle y que los árabes lo adaptaron a su
lengua.
En
mapas y documentos del los siglos XVIII y XIX,
aparece como Nares.
F.
Garcés aporta el nombre de Teonarius, sin que se
conozca la obtención de ese dato. Algunos
antiguos mapas de la península ibérica le dan el
nombre de Tagonius, aunque otros le asignan el
mismo nombre al río Tajuña.
Según la mayoría de las enciclopedias
consultadas el río Henares nace cerca de la
localidad de Horna, un pequeño y pintoresco
pueblo de la sierra de Guadalajara a 1093 metros
de altitud y que celebra sus fiestas en honor de
la Virgen de Quintares.
Esta
aldea cerca de Sigüenza en la Sierra Ministra,
perteneciente al Sistema Ibérico, ofrece su
nacimiento oficial, aunque su curso como lo
conocemos hoy en día no tiene lugar hasta la
confluencia de tres cursos de agua muy
diferentes y parejos entre sí; el alto Henares
(que es el que nace en Horna y pasa por
Sigüenza), el Dulce y el Salado.
Pero
para conocer realmente el origen de nuestro río,
tendremos que efectuar un breve repaso por sus
características.
J.
C. Canalda, nos ofrece un perfecto y concienzudo
estudio sobre las cuencas que dan origen al
Henares, tal y como lo conocemos hoy en día.
El
alto henares, tiene su origen en un abundante
manantial situado en las cercanías de Horna, una
pequeña localidad ubicada en la vertiente
occidental de la Sierra Ministra, el romo
espolón rocoso que sirve de divisoria de aguas
entre el Atlántico y el Mediterráneo o, si se
prefiere, entre el Henares, que es decir el
Tajo, y el Jalón, que es decir el Ebro. Labrando
un pequeño valle que es apenas un rasguño en las
ásperas tierras circundantes, el recién nacido
Henares recibe a sus primeros tributarios, los
arroyuelos de Alboreca y Quinto, y baña a poco
la ciudad de Sigüenza. Dejada atrás la cuna del
Doncel, el Henares estrecha aún más su diminuto
valle hasta convertirlo en un áspero
desfiladero, situación que se mantiene hasta
convertirlo en un áspero desfiladero, situación
que se mantiene hasta que, al llegar a Baides,
confluye con el Salado. Abierto un tanto su
valle aunque no demasiado, alcanza poco después
la localidad de Matillas, donde se le reúne el
Dulce, formándose ya el Henares maduro que
pasará sucesivamente por Jadraque, Espinosa
Guadalajara y Alcalá.
Guillermo García Pérez en su libro Las rutas
del Cid al identificar el famoso Castejón
sobre Fenares que es citado en el Cantar
del Mío Cid con el Castejón del valle del Dulce,
y al propio Dulce con el alto Henares:
En
Matillas se juntan dos ríos: el que viene de
Baides, que es salado, y el que viene a
Peregrina, La Cabrera, Mandayona, Castejón y
Villaseca, que es de agua dulce. Allí no se ha
sabido nunca muy bien, al parecer, a cuál de los
dos se debe llamar Henares.
(...)
De
todo esto se deduce que (...) el río de agua
dulce –el que ahora se llama Dulce-fue llamado
por muchos, por lo menos durante dos o tres
siglos, río Henares (Fenares). Mientras, las
otras aguas recibían, en Matillas y en los demás
pueblos de esos valles, el nombre más
caracterizador que se corresponde con el sabor y
con el uso de sus aguas; esto es decir, río
Salado. Quedaría así el tercer curso de agua
–menos importante, muy poco utilizable para
riegos y solo conocido como curso independiente
de dos a tres leguas más arriba- como río de
Sigüenza.
Nares procede del árabe
nah r
y, puesto en plural, significaría ríos, aguas,
quizás manantiales. Primero fueron los ríos, al
parecer; luego el sexmo de Cenares, donde se
juntan los tres ríos para dar nacimiento o forma
a un solo río (el Nares, o Fenares); después
llevó ese nombre (Fenares) el río de agua dulce
(el Dulce) de ese sexmo y últimamente, quizá
desde el siglo XIII o el XIV, se llama Henares
al curso de agua dulce que nace en Horna y se
hace llamar río a su paso por Sigüenza.
La
conclusión de esta especie de galimatías basada
en criterios históricos como geográficos, es que
el Dulce es el alto Henares; el Salado, sería
afluente del Dulce, y el río de Sigüenza, el
ahora denominado Henares es afluente del Salado.
Pues
tal como conocemos al Henares, alcanza una
longitud cercana a los 150 kilómetros, y su
desembocadura al igual que su origen ha estado
cuestionada, al no ser fácilmente determinable
si es afluente del Jarama, o este de aquél.
El
historiador Portilla considera que hubo una
época en la que se consideraba que el Henares
desembocaba en el mismísimo Tajo, recibiendo
como tributarios al Jarama y Manzanares. Por
razones de preponderancia política, caudal o
geográfica, se terminó por establecer que era el
río Henares el que aportaba al Jarama,
terminando ahí oficialmente su periplo fluvial.
Se
estimaba que el Jarama podía llevar más agua
según la estación; pero el río Henares era más
constante, superando el caudal de aquél según la
época del año.
Ni
que decir tiene que desde que en la zona de
Alcalá aparecieron los primeros asentamientos
humanos, estos lo hicieron junto al curso del
río y en un tramo de pocos kilómetros.
Ciñéndonos al recorrido por tierras de Alcalá,
al Henares llegan las aguas del Torote, que
sirve de frontera entre Alcalá y
Torrejón, el arroyo de las Monjas, procedente de
Meco, que desemboca en la finca de El Encin; el
Camarmilla, que nace cerca de Valdeavero, pasa
por Camarma y bordea el oeste de Alcalá, para
desembocar en el Henares en la zona del Juncal,
y el Bañuelos, que discurre entre el Camarmilla
y el Torote, desembocando a la altura de
Matillas. Otro arroyo desaparecido es el
Villamalea, que discurría desde el prado de
Villamalea junto a la carretera de Meco y
descendía por la zona de la ermita de San Isidro
y desembocar en el Henares a la altura de la
presa de Cayo.
Por
su parte el río Henares divide el valle que
riega en dos partes muy diferenciadas. La
izquierda, con suelos calcáreos, muestra
marcadas erosiones, barrancos y cárcavas. La
margen derecha aparece escalonada en seis
terrazas que se formaron durante el Pleistoceno,
el Cuaternario antiguo y el moderno o aluvial.
En la más baja de estas seis terrazas, por donde
el río discurre dibujando meandros e islas se
asienta la población.
La
riqueza faunística y botánica de Alcalá es
bastante mayor de lo que pueda parecer a simple
vista. Sólo en el Parque de los Cerros han sido
catalogadas más de 400 especies arbóreas,
arbustivas y herbáceas; y más de 150 especies de
aves a las que habría que añadir, las
correspondientes a los numerosos mamíferos
corredores, anfibios, reptiles, insectos y demás
invertebrados.
Entre carrizales, juncales y eneales, el
carricero, la lavandera cascadeña y el ruiseñor
bastardo ven entrar y salir del agua a pollas,
fochas, zampullines, martines pescadores, garzas
y ánades reales.
Hasta aquí toda una alegoría del río Henares en
un paisaje idílico, ¿pero qu
é
Pues, empezando casi desde su nacimiento,
Ecologistas en Acción de Guadalajara denunció
ante la Confederación Hidrográfica del Tajo al
ayuntamiento de Sigüenza, por los vertidos sin
depurar y la contaminación de las aguas,
situación que se ha estado repitiendo año tras
año, por la falta de mantenimiento de la
Estación Depuradora de Aguas Residuales, que ha
hecho que desde Sigüenza a Baides se finiquite
la vida en sus aguas.
A
partir de Guadalajara, los polígonos
industriales han sido la verdadera lacra del río
al efectuar vertidos sin depuración previa. A la
altura del puente de Chiloeches hace algunos
años, Pinturas Duraval, Ayuntamiento de Azuqueca
de Henares, Baterías Tudor y Micaza, se
encargaban de aportar su granito de arena a la
"cloaca" del Henares.
En
Alcalá se alcanzó su "máximo esplendor" en los
años ochenta, siendo la contaminación química y
orgánica considerable, como consecuencia de los
vertidos industriales sin tratamiento y la falta
de depuración de los residuos urbanos.
Afortunadamente la puesta en marcha en años
posteriores de las dos depuradoras y el control
de los residuos provocados por la industria,
están haciendo que la calidad del agua se vaya
recuperando poco a poco.
Otro
punto y aparte, merece el incivismo, que sufre
Alcalá y el río Henares en particular, por el
desarraigo de muchos de sus vecinos, que en vez
de proteger y cuidar el río y sus riberas, lo
utilizan como un auténtico vertedero. Loable son
las campañas de la Concejalía de Medio Ambiente
y de Ecologistas en Acción de Alcalá, para
recuperar el río y sus riberas para sus
ciudadanos, aunque algunas veces tengan
intereses contrapuestos.
Y es
que no hay que olvidar que la historia de
nuestra Ciudad, ha estado ligada al Henares,
muchos han sido los acontecimientos a los largo
de los siglos que han tenido a nuestros Río de
protagonista. Sus aguas, sus riberas, sus
molinos, han dado vida a una Ciudad que incluso
a sentido sus riadas, la mayor de su reciente
historia se produjo en 1970, cuando sus aguas
llegaron a discurrir por algunas de sus calles,
otras riadas de menor importancia se produjeron
en 1941 y 1947, dándose la circunstancia que el
actual Barrio Venecia, debe su nombre e incluso
su vía principal Gran Canal al caudal que
afloraba por las primeras casas construidas en
esa zona tras la guerra civil.
Actualmente el río Henares está a su paso por
Alcalá sumido en un proyecto de restauración de
los márgenes del río, promovido por la
Confederación Hidrográfica del Tajo, en un tramo
superior a los 13 kms; empezando desde la presa
de la Esgaravita, hasta la desembocadura del río
Torote.
Este
proyecto que lleva varios años rodando, se
espera que de comienzo a finales de 2009. Si se
lleva a efecto será la mayor intervención
realizada nunca en el río Henares en toda su
historia. Se desmontarán malecones, otros serán
retranqueados o replantados, habrá
reforestaciones, restauraciones de márgenes,
alteración de orillas, una pasarela sobre los
restos del antiguo Puente Zulema, etc.
Esperemos que los cambios de gobierno y de
ministerios no den al traste de este magno
proyecto, que está en fase de evaluación de las
alegaciones presentadas, la emisión de la
Declaración de Impacto Ambiental y efectuar las
licitaciones oportunas.
Otro
aspecto importante a tener en cuenta sería dejar
fijadas las labores de mantenimiento, que cuente
con servicios de limpieza, vigilancia
medioambiental regular, barreras para paso de
vehículos en zonas no aptas, etc.
Todo
lo que rodea al río Henares, y a nuestra Ciudad
no puede ser pan para hoy y hambre para mañana.
Ignacio Sánchez